miércoles, 2 de junio de 2010

NOS ENFRENTAMOS A UNA IDEOLOGÍA TOTALITARIA QUE UTILIZA UN DIOS PARA IMPONER UN PROCESO TOTALITARIO

Hoy el mundo tiene fiebre y la fiebre tiene que ver con el fundamentalismo islámico
Pilar Rahola (*)

Esta mañana, paseando por la Plaza de Armas de Santiago, nos hemos entretenido en unas tiendecitas que venden libros. Era un día soleado, bonito, bello. Había sol, luz, habían libros, había gente. Diría que era uno de aquellos momentos en que uno tiene el alma tranquila. Y de golpe me ha llamado la atención un libro de Mafalda, pues yo soy de esa generación. Pero a su lado he visto el libro secreto de Hitler. Y no me he callado. He mirado al librero y le he dicho: ¡qué hace ese libro aquí!

Y los tres hombres que había en la librería me han mirado con cara de sorpresa, preguntándose por qué esta loca española los estaba increpando. Y les he dicho: ¿No saben ustedes que ese loco ha matado a millones de personas, no les da vergüenza vender este libro? La verdad es que ya no había sol, ni paseo, ni Mafalda. Solo el horror de pensar que hoy, paseando por la Plaza de Armas, alguien tenía un libro de Hitler delante de mis ojos y no pasaba nada.

¿Por qué estoy aquí esta noche? Primero porque ustedes han cometido un exceso conmigo, el cual agradezco. Estoy excesivamente emocionada. Pero estoy también aquí porque un día mi padre, en mi comedor feliz, de mi infancia feliz, comiendo tranquilamente me dijo: ¿Sabes que eres judía? Y yo sabía que no era judía. Sabía que en mi familia nadie era judío e incluso no conocía ningún judío. Así es que le dije no. Y él me dijo sí. Toda persona buena, toda persona digna, toda persona que tenga memoria, valentía y honor sin duda si ha nacido en Europa, es judía, porque solo siendo judío uno puede entender lo que significa el dolor de ser judío. Creo que nunca he olvidado esas palabras y creo que tiene algo que ver con ese comedor de mi casa el que hoy, ante ese librero, me haya indignado y le haya increpado.

Mi padre, mi familia, mi gente, me enseñó a conocer mi alma judía. Porque nadie en el mundo que haya nacido en Europa, haya luchado por la libertad, haya amado las ideas, puede decir que no es judío. La mejor Europa es judía. Y solo la peor Europa es la que negó su alma judía. Y no solo la negó, sino que terminó matándola. Lo que queda hoy de Europa es el naufragio de su propia miseria y de su propio horror. Yo tengo que empezar esta conferencia pidiendo perdón. Y tengo que pedir perdón tres veces. Vengo de una familia católica y, además, mis padres viven intensamente su espiritualidad.

Pero también vengo de una tradición que durante dos mil años señaló al pueblo judío como el pueblo que debía ser odiado, despreciado, ignorado, perseguido. Y aprendí amar a Dios y amando a Dios aprendí a odiar al otro. Y mi Dios era bueno y malo a la vez. Era fuente de inspiración y a la vez fuente de intolerancia. De manera que yo desde pequeña aprendí a amar un Dios que no merecía ser amado. Y hasta que no descubrí que Dios estaba mucho más allá del odio que me habían enseñado, no lo puede recuperar.

De manera que perdón, en nombre de la tradición cristiana y católica que creó esa dosis enorme de intolerancia que después nos llevó a la solución final, a los Auschwitz que hubo. Porque Auschwitz fue la estación final de muchas cosas, pero fundamentalmente de una tradición religiosa que en nombre de Dios creó la base de la intolerancia.

También perdón, porque yo vengo de Sefarad y si hay aquí sefaradíes comprenderán perfectamente de lo que hablo. Sefarad, la mítica Sefarad, la tierra que vivió el sueño de la tolerancia, de la democracia y de la convivencia, tuvo en su época más brillante un hecho como fue la firma de un edicto, un 9 de Av, el cual acabó con un sueño.

En España, como en Europa, practicamos una sana y magnífica mala memoria. Y vengo de Europa. Qué puedo explicarles a ustedes, los sobrevivientes. Solo que ustedes forman parte de lo mejor de Europa y su muerte de lo peor. Que formaron parte de las vidas que construyeron la modernidad, los derechos humanos, el pensamiento que nos podía hacer libres.

Todo lo que somos de buenos y bellos tiene que ver con el alma judía. Y todo lo que tiene que ver con el horror tiene que ver con la distorsión del alma judía. Sin embargo, tengo que decir que, a diferencia del pueblo germano, Europa no ha hecho los deberes con la memoria de la Shoá. Ha preferido militar en lo que Glucksman llama “esos agujeros negros tan bien puestos en la memoria”. En Francia nunca hubo Vichy, en Austria no hubo nada, en Italia ¿alguien recuerda? España no estaba, Holanda...

Y así fue pasando el tiempo y, a pesar de que sabíamos que había sido muy terrible, fuimos militando en una cómoda y perfectamente construida desmemoria. De la desmemoria de entonces vienen hoy las criminalizaciones al Estado de Israel, la minimización de la Shoá, la ignominia profunda de lanzar a los descendientes de la Shoá que viven en Israel la acusación de genocidas y nazis.

Cuántos humores gráficos he tenido que comerme en mi país viendo a un mandatario de un país democrático convertido en un nazi. No he visto, sin embargo, ningún chiste de algún sanguinario de la humanidad convertido en nazi. ¿Han visto a un Idi Amin en alguna caricatura? Pero a la primera lanzamos la Shoá contra la cabeza de Israel.

No me siento nada orgullosa de formar parte de la intelectualidad europea con personas como José Saramago, quien puede que escriba como los ángeles, pero piensa mal. Por eso, les pido perdón como europea. Tengo que decirles que los tiempos no son especialmente buenos. Me gustaría darles buenas noticias; sin embargo, la verdad es que no puedo hacerlo.

continuará...

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